Kirill trabaja como técnico en Vilpe, una empresa finlandesa de sistemas de ventilación y cubiertas para la construcción. Después del trabajo se dedica a lo que le gusta: aprender cosas nuevas y viajar a Japón. Dicho así no suena muy emocionante, pero admiro mucho a Kirill porque no hay nada más difícil que hacer lo que deseas.
Kirill no pone excusas.
A los 20 años decidió aprender piano. Compró uno y se puso a tocar. Su rutina durante tres meses consistió en practicar durante 30 horas, dormir, practicar otras 30 horas.
No cocina ni tiene vajilla en casa porque siempre come lo mismo, burritos de un sitio de su barrio con la mezcla nutricionalmente adecuada de verdura, proteína e hidratos.
Compite en ajedrez. Una vez presentó un programa de televisión por cable en Japón sobre mahjong.
Habla ruso, finés, japonés e inglés. No ve sentido en ir a la universidad.
Cuando le preguntan por qué no busca un trabajo mejor, dado que es prácticamente un genio, responde que su empresa es perfecta porque le deja energía y tiempo libre para dedicarse a sus hobbies y a viajar. Se ha acostumbrado a su empresa y no ve motivos para cambiar. Si le insisten en que debería ser más ambicioso responde “¿para qué?” sin quitarse los cascos que siempre lleva, porque escucha audiolibros incluso cuando habla con otras personas.
Kirill no entiende por qué la gente, en general, no lleva la vida que quiere. “¿Si vives según tus prioridades, cómo puedes estar insatisfecho?”, dice.
Cuando le preguntan por su familia, cuenta que tiene un hermano que va al campo, tiene hijos “y esas cosas”.
Sigo desde hace meses la vida de Kirill porque la encargada de redes sociales de su empresa se dio cuenta de que cada vez que este trabajador aparecía en un vídeo de TikTok, la audiencia se disparaba. Supongo que hasta el algoritmo está medio enamorado de ese rubio raro de origen ruso y sonrisa dulce. Poco a poco la cuenta de la empresa se ha ido convirtiendo en la cuenta de Kirill. En su web se pueden comprar camisetas y tazas con su cara y algunas de sus frases más acertadas, como “no ser tú mismo requiere demasiada energía”, “evito estratégicamente toda responsabilidad”, “¿cuál es el fin último?” o “¿saturado en el trabajo? eso es un problema del trabajo, no tuyo”. A pesar de la explotación algorítmica de su carisma, parece que en Vilpe aprecian de forma sincera a Kirill y que lo cuidan.
Cuando un seguidor le preguntó si era autista dijo que probablemente, y siguió escuchando sus audiolibros. Eres un héroe de la neurodivergencia, le dijo alguien en los comentarios.
Kirill está muy satisfecho con su vida y él no lo necesita, pero hay quien se pasa la vida buscando una palabra que defina lo suyo. La narrativa del diagnóstico, una sublimación hipermoderna del viaje del héroe, es popular en internet. El héroe o la heroína está mal, emprende un largo viaje, la vida es difícil, en un par de ocasiones cree ir por el buen camino, entonces todo se tuerce, pero en el último momento ocurre el ansiado diagnóstico, y con él, la iluminación retrospectiva. Ahora vuelvo la vista atrás y lo entiendo todo. TikTok está lleno de vídeos de personas llorando de emoción el primer día que toman la medicación para el tdah. No sabemos muy bien qué ocurre más adelante. Ni en las redes ni en los libros se hace mucho caso al día después del final.
¿Eres una persona neurodivergente con altas capacidades, tdah, autista? ¿Te han hecho luz de gas, te has chocado con el techo de cristal, te hacen mansplaining? ¿Qué hubieras dado en su momento por saber qué era un narcisista o las consecuencias de trauma? A veces pienso en los increíbles talentos de las revistas femeninas, de las páginas de tendencias, las secciones de ciencia o salud o bienestar, que se dedican a nombrar. ¿Cómo definíamos antes a Kirill?
Qué gran suerte tienen las nuevas generaciones de crecer sabiendo qué es el acoso sexual, el feminismo, el burnout. Aprendizajes colectivos, verdades que antes quedaban en la nebulosa de lo que no tiene nombre. Con los algoritmos de Google Discover y, sobre todo, TikTok, los significados te encuentran, ni siquiera hace falta buscar (¿qué buscar, en cualquier caso?). Un segundo de más en cierto vídeo aleatorio o un comentario que resuena te delata y te va guiando al agujero de conejo correspondiente hasta encontrar el nombre de lo tuyo. Igual es esa, en el fondo, una de las pocas cosas valiosas que legaremos a las nuevas generaciones. Dejarles el nombre de las cosas, nombres que antes no se conocían. Nuestra herencia, internet.
"Qué gran suerte tienen las nuevas generaciones de crecer sabiendo qué es el acoso sexual, el feminismo, el burnout. Aprendizajes colectivos, verdades que antes quedaban en la nebulosa de lo que no tiene nombre."
Joer, sí. Es esto.
Grande, Kirill. Es una fortuna saber de personas como él, que de pronto abren una ventana de novedad al mostrar como natural para ellos rasgos, cualidades o formas de ser que nos resultan poco menos que impensables.
Es una fortuna saber que existen, conocer su historia, aunque la mayor fortuna quizá sea descubrir cerca, en el entorno, donde uno menos lo esperaba, a personas que de pronto comprendes que destacan como destaca Kirill. Personas especiales a las que la vida te brinda la oportunidad de conocer de primer mano. De mirarles a los ojos y aprender, en la medida de lo que seas capaz, de lo que ellos son.
«Qué gran suerte tienen las nuevas generaciones de crecer sabiendo qué es el acoso sexual, el feminismo, el burnout. Aprendizajes colectivos, verdades que antes quedaban en la nebulosa de lo que no tiene nombre.» Comparto palabra por palabra esta idea, pero no puedo evitar que la empañe un temor: ahora tenemos al alcance la posibilidad de comprender mejor que nunca y sabemos poner nombre a lo que antes desconocíamos, pero ¿somos capaces de luchar contra lo que sabemos que está mal o que es perjudicial?
Echo la vista atrás y veo la capacidad de lucha de generaciones anteriores, que con menos herramientas lograron mucho. Ojalá la generaciones presentes y futuras no se pierdan entre conceptos —en «La vida de Brian» hicieron un retrato cómico que se acerca a lo que tengo en mente— y estemos a la altura de lo que otros hicieron por nosotros.