La crisis de la amistad es el fin de Internet: una teoría
De todas la promesas rotas por la red, la de la conexión humana es una de las más dolorosas. Queríamos ser amigos, no espectadores
No hablamos mucho de los amigos de internet en la edad adulta. Sí de los amores nacidos en las aplicaciones y de la amistad en general, también de las relaciones en línea que establecen niños y adolescentes, pero poco de esas personas con quienes, a cierta edad, hemos conectado en un foro, en una red social, en un juego, en un chat, en los comentarios de un blog, en una aplicación que en realidad es para otra cosa. Busco: hay poco dato; algunos testimonios interesantes recogidos por Alexandra Lores en Smoda; un libro nostálgico de una autora francesa que apunté porque lo vi en un artículo de Héctor García Barnés pero que nunca compré; algún ensayo; varios ciberlocutorios sobre las relaciones contemporáneas; Begoña Gómez Urzáiz enfadada en su podcast por una portada simplista de The New Yorker sobre la superioridad de las relaciones físicas; correctísimas publicaciones en el NYT; mucha bibliografía desde la teoría de redes centrada en nodos y estructuras. Parece que se considera parte de la historia íntima de internet, siempre malcontada. Sobre las amigas de internet que tenemos las chicas, en concreto, hay mucho de qué hablar, pero eso es tarea de Carmen Pacheco.
Diría que un amigo o una amiga de internet, en general, es una persona con quien nos encontramos a través de la tecnología y con quien nos seguimos relacionando de esa manera, independientemente de que nos hayamos desvirtualizado, que es una expresión que usábamos en los dosmiles cuando quedábamos con potenciales asesinos en serie y/o íntimos en bares o encuentros como el congreso EBE de Sevilla. Luego todo se normalizó, los amigos de fuera y dentro de internet se mezclaron y nos conocimos sin pensarlo demasiado.
Mi generación fue una de las primeras que pudo conocer a otras personas afines sin limitaciones físicas. Esa era una de las grandes promesas de la red que nos creímos la Generación X: por primera vez en la historia, los humanos ya no restringíamos nuestras relaciones al finito número de pares de tu instituto con los que sentirte identificada a través de señales desesperadas como la ropa o los libros. Ese internet recién nacido era un mar de gente rara chocándose entre sí, y era peligroso y fascinante y liberador. A veces no había edad o género, apenas unos nicks que a saber por qué se entendían en las news, en los chats de Terra o de Chueca.com, en los blogs y en sus comentarios, en el ICQ. Como no había dinero en juego tampoco existían plataformas perfilando publicitariamente nombres y apellidos, ni grandes motivos para buscar reconocimiento personal más allá de la diversión.
En retrospectiva me doy cuenta de que en unos pocos años encontré en internet a muchas de las personas que serían importantes en mi vida más adelante. La Delia que llegó a estudiar a Madrid desde Logroño sin dinero ni conexiones hizo en internet grandes amistades y también algunos pequeños contactos, y todos esos lazos fuertes y débiles que surgieron sin pensar fueron muy relevantes para la Delia futura. No creo que mi caso sea especial. Esther Miguel contó una experiencia parecida cuando creímos peligrar Twitter, solo que para ella el escaparate fue ese, Twitter, y para mí, los primeros blogs, y como nosotras habrá mil, cada una en su rincón de internet:
“Si eres de provincias o de una esfera ajena al mundillo, no tienes redes de contacto, pero te expresas aquí y compartes tu trabajo y eso hace que gente que de otra manera no podía conocerte te abra sus puertas… si este escaparate desaparece sin reemplazo obvio, eso sólo va a favorecer a aquellos que tengan redes previas o que se paguen los ‘máster de El País’ como vía de acceso. Habrá muchas profesiones que se vuelvan aún más endogámicas, habrá menos competitividad de talento”.
Desde esos primeros tiempos, cada generación pasa por el mismo rito de conocer a sus desconocidos, del IRC Hispano a Discord. Ya no hay nada raro en ello. Casi cada persona que está fuera está también dentro de internet. Los amigos digitales son especiales y necesarios. La misma brújula que te puede complicar la conexión offline te facilita todo en internet. Los lazos entre números primos son muy intensos, e internet, una salvación para outsiders, bichos raros, inadaptados, neurodivergentes.
Como escribió en un bonito texto Nadia Eghbal,
“mis amistades en internet se parecen mucho a mis amistades en la vida real, pero carecen de corporeidad, son imposibles de atrapar con mis dedos. Cuando pasamos tiempo juntos en persona, nuestras interacciones fuera de línea se asemejan mucho a nuestras interacciones en línea: hablando, analizando, procesando, pensando en voz alta, haciendo preguntas, reflexionando, palabras, palabras, palabras. Nuestros cerebros están directamente conectados entre sí”.
“Es crear yo una peli en tu cabeza. Tú una peli en mi cabeza. Y ser cines que se susurran cosas y por fin pueden rozar, sin hacerlo, la punta de los tenis”, dice Aida González Rossi en el número 16 de la Revista Salvaje.
Ese es el lado luminoso. Luego, muy cerca, está el oscuro.
“Muchos adultos, algunos cultos y creativos, usaron Internet como una plataforma para la venganza contra el bullying sufrido años atrás y contra la frustración sexual en constante actualización”, escribe el director de cine Nacho Vigalondo en una reflexión que por fin alguien ha puesto por escrito y que recomiendo leer de arriba a abajo, porque tiene razón y porque cuenta una parte de la historia del internet en español que pocas veces tenemos ganas de reconocer. Defiende que lo digital permitió a quienes vivieron una primera y frustrante juventud desconectada, una “segunda inmadurez” gracias a una tecnología barata y accesible que permitió “renovar las formas de flirteo, acoso y agresión”.
Así que aquí tenemos ya a los amigos y los enemigos de internet, creciendo juntos generación tras generación, aunque las primeras pagaron cara su inexperiencia. Aún está por repasar, desde una perspectiva de género y clase que no consideramos entonces, lo peor de esa primera historia íntima de la sociedad digital que se comunicaba en español. Existían pocos referentes, escasos modelos ejemplarizantes de lo que podía ocurrir si las cosas se torcían, y muchos mitos como que lo que pasaba en internet no era real. Por ejemplo, hasta 2015, con la publicación del libro So You've Been Publicly Shamed de Jon Ronson (en español, Humillación en las redes), no se empezaron a considerar con cierta seriedad las tremendas consecuencias que podía tener para una persona un estúpido escándalo viral. Nadamos entre tiburones y a veces los tiburones éramos nosotros. Algunos aún pagan, como recuerda Vigalondo en su texto, el daño reputacional de esos años.
Lo bueno y lo malo estaban allí desde el principio, un poco escondidos detrás de mi tendencia a dulcificar una época dorada que -casualmente, qué cosas- coincidió con mis mejores años. Como escribió Douglas Adams, hay tres tipos de tecnología: la que existe cuando naces, que es la normal; la que se inventa cuando tienes entre 15 y 35, que es nueva y emocionante y a la que se le puede dedicar una carrera; y la creada después de tus 35, que es una aberración y va contra el orden natural de las cosas.
También es posible que la misma premisa de la amistad digital, o al menos la que es solo digital, sea parcialmente impugnable. La etnógrafa del nuevo mundo Sherry Turkle, muy poco sospechosa de neoludismo, dice en su ensayo Alone Together (2011) que en realidad cada vez nos sentimos más solos y que la tecnología lo que hace es mantener la apariencia de conexión con los otros mientras bajamos nuestras expectativas sobre ellos, algo que termina siendo profundamente insatisfactorio para el ser humano. Desde la popularización de los chatbots de inteligencia artificial generativa, por cierto, me acuerdo mucho de ella y de sus primeros fascinantes trabajos.
Otro clásico, Robin Dunbar, el biólogo y antropólogo, reconoce las posibilidades de internet para extender nuestras redes de primates inseguros que dependen de su tropa para sobrevivir, pero con algunos límites. Uno es nuestro tiempo finito: si nos dedicamos a más personas lo haremos de una forma más ligera, por lo que en su opinión no cambian los números gruesos que calculó hace décadas: tenemos 5 personas íntimas, 15 cercanas, 50 buenas amistades, 150 amistades en general, 500 personas a quienes conocemos, 5000 humanos cuyos rostros reconocemos. Otro límite tiene que ver con la necesidad del sentido del tacto en las relaciones más cercanas, una parte física que sí se pierde en lo digital, dice, y hacia donde dirige sus últimas investigaciones.
Hace poco falleció de un infarto a los 46 años Hemato, Miguel López. Lo he sentido mucho porque lo apreciaba, admiré su trabajo y llegué a conocerlo en persona. Era amigo de algunos amigos, lo que añade un dolor vicario que ha sabido escribir Guillermo López, quien, por cierto, fue mi amigo de internet mucho antes que mi pareja. La muerte de Hemato ha conmocionado, y esta vez no es una frase hecha, a las redes, porque era amigo de internet de muchas personas y una pequeña celebridad digital. Algunos íntimos han intentado explicar el golpe como han podido. Encontró almas afines en plataformas de subtitulado de películas; en el Focoforo -un lugar donde se reunieron durante unos años nombres que estaban a punto de ser muy conocidos en el panorama cultural-; en Tumblr, en Twitter, donde fuera. Hemato tenía energía y entusiasmo de sobra, era un profe que vivía en A Coruña; y muchos de sus colegas ejercían profesionales liberales en Madrid, pero internet cumplió su promesa y la conexión se hizo posible.
La amistad digital requiere acción, porque necesita conversación (o al revés, yo qué sé). El caso es que no puedes quedarte en un rincón observando, debes participar, porque de otra forma nada ocurre. Lo escribe con la precisión y la belleza que concede el dolor el periodista y escritor Noel Ceballos, el hermano elegido de Hemato:
“No hubo ningún acuerdo o pacto previo: solamente echamos a caminar los dos juntos sin más, por inercia, como si nos conociéramos de toda la vida y ya está y punto y cómo mola este sketch mítico de Mr. Show y mañana mismo hacemos un podcast los dos y madre mía el nuevo disco de Kanye y dónde cenamos esta noche aprovechando que estoy en Madrid y cuándo te llevo a comer los bocatas más grandes de Galicia y hay que analizar la serie Médico de Familia escena a escena y me ha convencido Xabi de que Bad Bunny es el futuro y tú crees que va a ganar Trump y mi personaje de animación favorito también es Gromit y recuerda que mañana tenemos que comentar el último episodio de Cowboys de Medianoche y por qué no tuiteamos Eurovisión en directo y qué peli de Paul Thomas Anderson me recomiendas y esto va a ser así siempre y somos hermanos y vamos a estar charlando sin parar todos los días y no se hable más”.
Es bonito saber que la idea de que la amistad es transitiva y por tanto, una cuestión de acción, es vieja, muy vieja. “Aristóteles tiene algo valioso que decir sobre lo que hace que las amistades duren. Afirma que la amistad es un estado o disposición que debe mantenerse mediante la actividad: así como la forma física se mantiene haciendo ejercicio regularmente, la amistad se mantiene haciendo cosas juntos”, escribe la profesora de filosofía griega Emily Katz, y lo recoge la revista Ethic.
Además de un amigo de internet real, Hemato era también una microcelebridad, es decir, una persona muy popular en ciertos círculos digitales pero no necesariamente conocido por el gran público. Su fallecimiento ha sido un shock porque muchos seguidores han sentido su muerte como si lo conocieran, una relación que técnicamente se llama parasocial. Volviendo a Aristóteles explicado por Katz: un fan le desea lo mejor a un deportista y se siente emocionalmente implicado en sus éxito, pero “como el atleta no corresponde ni reconoce esta buena voluntad, no son amigos”.
Este tipo de relación no recíproca es ahora mucho más abundante debido a las redes. Nuestro internet está construido de amigos de amigos de amigos, pequeñas celebridades, personas a quienes vimos una vez de paso, escuchamos por la radio, vimos un mensaje gracioso o nos chocamos por casualidad en redes. Nunca conocimos tan poco a tantas personas durante tanto tiempo, y en estos días, tras la muerte de Hemato, nos damos cuenta de que nuestra constelación no es eterna. Hay algo propio de la edad: nos conectamos jóvenes, nos vamos haciendo mayores y los fallecimientos prematuros existen, pero el asunto también implica a la propia estructura de la red. Vamos a estar tristes por mucha más gente porque hemos tenido contacto con mucha más gente. La primera generación que estableció sus lazos de juventud en internet es también la primera en fallecer en internet.
Un shock parecido al que sufrimos con Hemato lo padeció la red anglosajona hace unos meses con el fallecimiento de Dooce, la bloguera y escritora Heather Armstrong, que tras mucho tiempo exponiéndose ante sus lectores en línea, se quitó la vida y dejó a una audiencia desolada. Muchos no comprendían por qué se sentían así por alguien con quien jamás habían hablado. Pero resulta que justo ahí está el truco de internet: de alguna forma sí la conocían. Nuestro cerebro no distingue demasiado bien ciertas diferencias entre la fantasía y la realidad. Si recibíamos sus noticias tan a menudo, con detalles tan privados, desde hace tanto tiempo, a través de los mismos entornos donde también nos comunicamos con familiares y amigos íntimos, ¿no era acaso esa una relación real? El duelo parasocial, descubrimos, es posible.
En este bug de nuestros cerebros, es decir, en esta feature, se basa casi todo el funcionamiento de la influencia en internet. Estamos preparados para conocer lo suficiente a una docena de docenas de personas, el número Dunbar, no para tener presente cada día y de forma sesgada a miles de ellas. Si me habla cada día, hacerle caso debe ser importante para mi supervivencia, siente nuestro cerebro más primitivo, y entendiéndolo ganan dinero las plataformas y los creadores de contenido profesionales. En la aldea global llevamos la tribu dentro, obvio.
Por qué conectamos más con unos que con otros, qué sutiles mecanismos hacen que sintamos más unas pérdidas que otras, ese es el misterio. “La conexión emocional que antes solo se establecía con los artistas o con personas muy populares se ha democratizado. Existen seres anónimos cuyas vidas online llevo siguiendo veinte años. La red es joven, y no estamos acostumbrados aún a que mueran nuestras relaciones parasociales virtuales”, escribí una vez, y sigo dándole vueltas a lo mismo.
Estamos volviendo al mismo lugar: para que se establezca una relación de amistad, incluso una artificial basada en la fantasía de cercanía propia de las redes, alguien tiene que haber creado algo antes, porque en internet actuar es casi sinónimo de crear. Pienso que Hemato no paró de hacerlo, primero solo por diversión, en la mejor tradición del internet amateur, y después también por trabajo, porque marcas y empresas supieron acercarse a su entusiasmo. Sospecho que hay algo en extinción en todo esto, y que de alguna forma lo intuimos, pero ¿qué?
Ahora internet está cambiando. Los roles creador/consumidor, que estuvieron tan igualados, se alejan, y la conversación entre pares que encontramos por defecto al conectarnos está siendo sustituida por un discurso unilateral donde personas ricas en la atención ajena entretienen a los desposeídos de ese capital, sin simetría posible.
Las plataformas nos empujan a un estado pasivo, porque consumir contenido es cada vez más fácil y crear más difícil. Esto último que digo puede ser algo tramposo y contraintuitivo, ya que es cierto que nunca fue más sencillo editar video o conectarse o escribir ante los otros o crear una newsletter: me refiero a que la diferencia entre quienes poseen las habilidades, el tiempo y los recursos necesarios para hacerlo y quienes no las tienen es cada vez mayor. Es una nueva brecha digital, la brecha de la creación. El mercado va por ahí: Whatsapp e Instagram fomentan nuevos canales unidireccionales donde uno crea y muchos escuchan; Telegram hace tiempo que los tiene. La paradoja consiste en que deslizar vídeo tras vídeo en TikTok es lo más simple del mundo, pero generar mensajes audiovisual no. Es, de hecho, impensable para gran parte de la población, o al menos, mucho más difícil que participar en otras redes más textuales o fotográficas.
Los podcast son fantásticos y han refrescado internet, pero son igualmente asimétricos, además de especialmente eficaces en la creación de dinámicas estrellas-fans. Con las newsletters habrá que ver qué pasa, porque en en español aún no existe un gran star system, pero lo que estoy haciendo ahora mismo, al escribir esta carta, es justo lo que critico.
Se respira un cierto aire de rendición: dejemos los contenidos en manos de los creadores profesionales, ahora que está aumentando su número y bajando su beneficio, creemos una abundante clase obrera de microcrocreadores y mininfluyentes que nos entretengan a todos a cambio de un pedido gratis en una tienda on line, un código de afiliado o un poco de atención, parece pensar el mercado.
Pero si no hay acción, solo consumo, los amigos de internet se quedan sin espacio, cediéndolo a relaciones parasociales similares a las que se mantienen con los personajes de la televisión, y eso es muy peligroso para la web porque destruye aquello que era su esencia: la reciprocidad. Otra cosa es la élite creativa de la red, libre de transformar el lazo en bidireccional según su voluntad. Pero este no era el trato. Como escribió Mark Zuckerberg en 2018 antes de reducir la presencia de noticias en el algoritmo de Facebook y de aumentar la de amigos y conocidos:
"las investigaciones muestran que usar las redes sociales para conectar con la gente de la que más nos preocupamos puede ser bueno para nuestro bienestar. Nos sentimos más conectados y menos solos, y eso está correlacionado con la felicidad y la salud a largo plazo. Por contra, leer de forma pasiva artículos o ver vídeos -incluso si son entretenidos o informativos- podría ser algo no tan bueno". Si hasta el enemigo lo dice, puede que sea verdad.
Queríamos ser amigos, no admiradores.
Todas las personas a las que conocemos de internet morirán, igual que morirán todas las personas que nos conocen de internet. Nosotros también lo haremos, dejando un hueco más o menos grande en la red que se deshará como el polvo de hadas que ahora está de moda en los maquillajes de TikTok.
Pensando un poco más creo que existe un cierto tipo de amistad digital adulta que no peligra, al contrario. Se trata de la que está marcada por una clase de acción llamada utilidad. Regresemos a Aristóteles, que en la amistad distingue tres tipos: una es la más elevada, la más honesta y escasa, y está fundada en la verdad y la virtud de carácter; otra está basada en el placer, en el deleite que nos produce la compañía del otro, y es propia de los más jóvenes; la última se funda en el interés, y “la utilidad no dura mucho, sino que unas veces es una y otras otra”.
Sobre el primer tipo poco hay que decir después de leer la elegía de Noel a Hemato: a los amigos del alma se les encuentra donde sea, también en la red. La segunda relación es muy abundante, es la del entretenimiento mutuo y los colegas en línea con quienes hemos encontrado cierta afinidad y nos lo pasamos bien sin pensar en sacarles más provecho y este es el tipo que, como explicaba antes, siento que flaquea.
Internet siempre ha sido muy bueno con el tercer tipo de amistad, la utilitarista, porque crea con facilidad comunidades alrededor de un interés concreto y temporal. A las grandes compañías tecnológicas les encantan estas relaciones desvergonzadas. LinkedIn está en un momento de esplendor: quién nos iba a decir que se convertiría en la última red sincera, un lugar sin máscaras donde vamos a lo que vamos y el algoritmo aún no está completamente desquiciado y permite cierta interacción con el otro. Lo sé porque últimamente paso más tiempo ahí y menos en otros lugares, algo que nunca pensé hacer. En X, el algoritmo premia con dinero a los usuarios de pago que generan más conversación y participan en ella. El engage se convierte así en un simulacro de amistad monetizable con perversas consecuencias: discutir, crear polémica, sale rentable.
La amistad interesada más intensa se forja en los grupos de apoyo. Compartir un objetivo común no hace que esa relación deje de ser importante, o sentida, o impide que pueda llegar a transformarse en algo más, como saben tantos padres y madres que han renovado su círculo íntimo a edades difíciles gracias a los papás y mamás del cole. Las chicas que frecuentan bodas.net ponen en su perfil la fecha del gran día para encontrarse más fácilmente con su cohorte durante la cuenta atrás. Me pregunto qué pasará entre ellas después del enlace. Espero sinceramente que sigan hablándose.
Con los grupos de soporte la cosa se puso seria desde el principio. “Descubrir Internet no solo ha revolucionado la capacidad de Sarah para hacer amigos. Le ha proporcionado una herramienta poderosa con la cual desafiar la autoridad médica. La búsqueda regular en la web la mantiene al tanto de los últimos avances científicos en la investigación de la esclerosis múltiple, conocimientos que la colocan en una posición de poder cuando se trata de conseguir lo que quiere”, decía un artículo de The Guardian sobre la experiencia de una enferma de esclerosis que encontró a su comunidad online… en 1999, y que utilizó sus conocimientos para mejorar su tratamiento médico.
La escritora Leslie Jamison, en uno de los ensayos que más me han impresionado y citado y que da nombre a su libro El anzuelo del diablo (2014), explica las dinámicas de uno de esos grupos de apoyo en línea con un caso extremo. En él, cuenta cómo durante unos días, hombres y mujeres convencidos de que padecen una enfermedad que invade su piel con fibras extrañas se reúnen físicamente en un congreso celebrado en Austin, Texas. “Se contagia por internet, afirman algunos escépticos a propósito del Morguellons; los foros de debate serían como flautistas de Hamelín, llamando a todos a seguirlos. Es cierto que el síndrome de Morguellons no nació oficialmente hasta 2001. Ha crecido de forma paralela a internet. La comunidad virtual creada a su alrededor se ha convertido por derecho propio en una autoridad en la materia”, escribe.
Estas comunidades han evolucionado, y en 2023 TikTok parece un gigantesco grupo de apoyo basado en el utilitarismo, pero sin relación “real”. Los comentarios son abundantes y divertidos, aunque en ellos la conversación bidireccional escasea. Esta red es veloz, y no hay forma de agarrarse a un lugar firme sin ser arrastrada por la corriente del algoritmo. La empresa explica su carácter pragmático de otra manera: dice que sus usuarios no solo buscan entretenimiento, sino que también les encanta aprender, y es cierto. El algoritmo ofrece vídeos solucionando problemas que no sabías que tenías, y su correspondiente terapia se encuentra cerca, en los comentarios o los vídeos relacionados. Ahora, nuestros creadores y creadoras favoritos no lo son por su virtud aristotélica, sino porque te incluyen en la comunidad de aprendices de brujas, de personas con el pelo ondulado, de chicas necesitadas de una rutina de skincare efectiva, de mujeres en busca de tres palabras que te ayuden a vestir mejor, de su arquetipo de maquillaje o de un estándar corporal al que sacar partido. No todo es liviano: la comunidad no neurotípica florece en TikTok (el algoritmo es magnífico fomentando los autodiagnósticos), y ya tiene sus primeras polémicas por ello. En TikTok, entras en un grupo de apoyo casi sin querer, pero sin que realmente exista un “grupo”. Es una simulación muy eficaz.
TikTok siempre fue así: su éxito se basó en el descubrimiento de que seguir a los “profesionales” de los contenidos era mejor, más útil, más interesante que seguir a los amigos. El resto de plataformas, al copiar la idea del “para ti” (hay otro “para ti” en X, e Instagram se ha centrado en los reels de desconocidos) se están cargando los sutiles mecanismos de la amistad que hacían que las redes fueran sociales. Los usuarios de Instagram, preocupados por la pérdida de alcance, llegaron a pedir a la red que rectificara y dejara de copiar a la red china. TikTok es importante no solo por su influencia en el resto del sector, sino porque lo es todo y hay pocos más sitios donde ir. Mientras en ciertos círculos aún existe la percepción de que es puro entretenimiento y cosa de chavales, la red ha anunciado que ya existen 18 millones de cuentas en España, una por cada tres habitantes.
Internet está cambiando, decía, probablemente no a mejor, y la sensación de fin de ciclo está ahí. Que Hemato nos deje significa el fin del internet bonito, dijo el periodista Pablo Cantó, recogiéndola.
Se está hablando de que ha terminado la época de la web 2.0 y de las redes sociales, ahogadas en el caos de su ambición y poder, prisioneras de un modelo publicitario basado en la venta de datos segmentados del que no saben salir y por el que han humillado a los medios hasta la decadencia, convirtiéndose en unos jardines vallados asfixiantes donde la gente sensata o no profesional tiene más incentivos para no participar y olvidarse de líos que para hacerlo. Aún estamos asumiendo el golpe de que X no es una plaza pública global donde encontrarse con cierta garantías con el poder político, comunicativo y empresarial, sino una propiedad privada al servicio de la agenda anarco-libertaria de su dueño milmillonario. Las alternativas, como las redes federadas comunicables entre sí y de dimensiones más humanas y manejables, no acaban de despegar. La situación no tiene pinta de mejorar en un futuro cercano, porque la inteligencia artificial no está cortando las cabezas de las élites en una revolución digital, sino al contrario, está reforzando el poder establecido: los líderes de la IA son también los de las redes y el mundo. En el fondo, el problema de siempre, que es el modelo de negocio y quién se hace cargo de la cuenta.
El periodista Ryan Broderick resume en Garbage Day el sentimiento ("después de un par de años en los que las cosas en línea simplemente van empeorando, parece que hemos llegado a una etapa en la que todos estamos bastante de acuerdo en que, sí, la web ya no es muy buena") y repasa algunas teorías que han intentado explicarlo este año, desde la idea de la enshittificación de internet desarrollada por el escritor Cory Doctorow en enero -los negocios online tienden a ser estupendos al principio para ganar tracción, pero después se convierten en un asco porque el mundo es así y deben ganar dinero- hasta el manifiesto desquiciado del inversor Andreessen Horowitz, que en realidad hay que leer al revés porque algunas de las cosas que defiende, como el crecimiento infinito, son causa y no solución de nuestros males.
"La web social tal como la conocíamos, un lugar donde consumíamos las publicaciones de nuestros semejantes humanos y respondíamos con nuestras propias publicaciones, parece haber llegado a su fin. El rápido declive de X es el indicador clave de una nueva era de internet que simplemente parece ser menos divertida que antes. ¿Recuerdas divertirte en línea?", se preguntaba Kyle Chayka en The New Yorker. A la otra gran pregunta, cómo arreglarlo, Katie Notopoulos respondía: hay que pagar por las cosas, hay que descentralizar, necesitamos inventar más cosas que molen.
Algunos datos corroboran una incomodidad con el internet abierto que ha provocado el giro hacia los chats privados y la mensajería en grupo. Adam Mosseri, el líder de Instagram, explicó que “tus amigos ya no postean tanto” allí y que los adolescentes pasan más tiempo dentro de los mensajes directos que en las stories, y más tiempo en las stories que en el feed. Parece que el consumo de contenido no ha descendido, solo se ha hecho más pasivo, y mientras yo me pregunto cuántas horas más de mi día soy capaz de dedicar a TikTok, nos dejamos acunar entre todos por las suaves y acolchadas comunidades cerradas, como Whatsapp, o en lugares seguros de pago, con nuestros amigos y enemigos de fuera y dentro de internet.
De todas las teorías sobre la decadencia de la web social, creo que la más acertada es la que dice que Ahora todos somos lurkers (mirones), escrita por la periodista Kate Lindsay en su Substack y que triunfó desde su publicación en septiembre. “Todos estamos colocando ahora vallas publicitarias”, defiende, “a menos que seamos quienes observan esas vallas publicitarias de forma pasiva. En otras palabras, los espectadores". Inunda a los demás con tus contenidos o serás inundado por los contenidos ajenos, diría Rushkoff. Total, cada vez es más difícil que tu mensaje llegue sin distribuirlo por tierra, mar y aire. Puede que estúpidos, sin duda constantes.
Cita Lindsay a una tiktoker, Taylor Stewart, que llamó a los lurkers “observadores fantasma” en un vídeo donde explicaba que pasa de publicar en Instagram porque está lleno de gente siniestra que no se comunica. "Personas que observan cada movimiento tuyo, ven todo lo que estás haciendo, pero no lo apoyan”, dice. "Solo son personas que te observan, y es un poco desagradable". La imagen encaja bellamente con aquella visión que tuvo hace unos años Yancey Strickler, emprendedor y autor, de internet como un bosque oscuro, un lugar lleno de enemigos agazapados en la sombra y cuyos ojos te observan en la oscuridad esperando al momento adecuado para despellejarte.
La regla clásica de la participación on line popularizada por Jakob Nielsen, dice, y nos lo hemos tomado en serio desde 2006, que en una comunidad el 90% de los usuarios son mirones (lurkers), el 9% participa un poco y el 1% es responsable de la mayor parte de la acción. Los estudios que han intentado confirmar la norma han encontrado que las cifras varían, pero que la esencia es acertada, la mayoría no participa y una pequeña minoría es responsable de la mayor parte del contenido. Al ir aumentando las cifras globales de uso de internet, tanto en términos de población como de tiempo dedicado, necesariamente esto ha debido generar un cambio. Aceptemos por un momento la validez total de la regla del 90-9-1 para entender mejor esto: no es lo mismo una sociedad donde el 10% de la población está conectada un rato que una donde lo está el 90% casi todo el tiempo. La segunda, con un 90% del 90% mirando, es una sociedad pasiva, una sociedad de mirones. El 1% del 90% significa una cantidad considerable de personas con la tentación de profesionalizar su exhibición. El 10% del 90%, una cantidad tristemente pequeña para reservarse el derecho a la amistad digital.
No es que escriba en círculos, es que nos encontramos otra vez con la necesidad de relacionarnos con el otro, con la imposibilidad de que esto ocurra sin acción, con la infelicidad que nos genera la pasividad al relacionarnos con nuestro entorno a la que se refería Zuckerberg. Hace un par de meses publiqué en La Vanguardia esta columna, Navegar mejor, y me sorprendió lo leída y compartida que fue, aunque solo me centraba en una parte de la solución. “Urge volver a usar la red de forma activa y no solo pasiva: el móvil no tiene por qué ser solo un receptor de emisoras piratas. Hagamos bidireccional la comunicación”. De alguna forma, conectó. Hacía mucho que no recibía tantos mensajes después de publicar una opinión.
Vayamos terminando con esto. Lo que quiero decir es que de todas las promesas rotas por internet (desde acabar con las desigualdades a convertirse en un paraíso del conocimiento), la de la libre e infinita amistad digital es una de las más dolorosas, porque nos ataca por nuestro lado más naive, y porque nos dio tiempo a todos -no solo a los primeros en llegar- a respirar otros mundos.
Mi teoría es que la amistad digital está en crisis, y por eso internet está en crisis. Queríamos ser amigos, no admiradores ni oportunistas ni consumidores ni espectadores.
Gracias. Esta uno tan acostumbrado a textos cortos que reconozco me ha costado aunque ha merecido la pena. Es un tema que nos llega hondo a los que conocimos el "antes" y, a mí personalmente, me frustran muchísimo todos los intentos de relación virtual porque siempre topo con una especie de muro invisible.
Me cuesta mucho la idea de tener amigos y no haberme tomado nunca un café -en vivo- con ellos: no ver sus gestos, cómo miran, huelen, etc. asimismo, es un fenómeno que ocurre cada vez más (es distinto con los amores de aplicación porque si o si te terminas viendo).